viernes, 14 de septiembre de 2012

Yo odio, tú odias, él odia

Hablar sobre resentimiento social en esta época es algo que pocos hacen, aunque todos saben que deberían hacerlo. De esta guisa, los pobres odian a los ricos, los conductores de ciudad a los taxistas, los de producción a los comerciales, todos a los banqueros y a los políticos, hasta el inicio de los recortes, los trabajadores por cuenta ajena a los funcionarios, a los que ahora no odian porque se ven identificados con ellos al ser "recortados".

El caso es que el resentimiento social ni es nuevo ni ha aportado jamás nada bueno a la vida de las personas o de los países. Y sus razones son de sobra conocidas y se basan en la simplicidad con la que la masa se comporta, la inconsciencia o falta de mesura en los argumentos de los suscriptores de opinión, en la envidia y en la codicia.

Metternich decía que tener un programa frente a tener una ideología tiene las mismas ventajas que tiene un cañón giratorio sobre un cañón que dispare por una tronera. Parece que en esto tampoco acertó Metternich, porque a día de hoy los programas han dejado de tener el más mínimo interés y no sólo en España, pero sí que parece retomar su otrora relevante posición la ideología.

Quiero decir que pese a que son pocos los que saben algo sobre la ideología que dicen profesar, sí tienen unos ciertos brochazos sobre lo que "ser de ...." implica, y así alguien de izquierdas dirá que lo público es siempre mucho mejor que lo privado, pese a que luego dirá que la administración no sirve para nada, que es ineficaz, que es lentísima, carísima y muy torpe. Otro de derechas dirá que lo privado es siempre mucho mejor que lo público, aunque a renglón seguido dirá que privatizar la piscina municipal es una aberración, una imperdonable dejación de las funciones del ayuntamiento y un mal uso de los impuestos de los vecinos.

El de izquierdas dirá que hay que invertir y tener déficit para que las personas podamos vivir mejor, y el de derechas le dirá que no, que con déficit no hay manera de generar empleo.

La verdad es que la mayoría de quienes defienden una u otra postura no tienen más base para hacerlo que su ideología, porque si seguimos poniendo ejemplos veremos que tampoco pueden basarse en lo que dicen sus líderes ya que se ha vuelto a demostrar que la realidad se impone con mucho al cañón obligado a disparar por una sola tronera al que Metternich  se refería en el siglo XIX, y a modo de simples muestras diré que en España Rajoy sube impuestos en contra de su ideología, mientras que en Francia Hollande propone recortes en lugar de incremento de gasto también en contra de su ideología y dicho sea de paso, también en contra de sus respectivos programas.

El hecho relevante no es si los políticos mienten para ganar elecciones o si cambian de opinión por el bien de los ciudadanos. La cuestión fundamental está en la brecha que sigue aumentando entre los ciudadanos y sus representantes y que, de un lado, y a estos efectos es irrelevante si es con o sin razón, hace que los políticos se conviertan en blanco de los afilados dardos de los ciudadanos, y de otro deja sin referencias a aquellos que se consideran ideologizados si quiera sea levemente, y esto es muy pero que muy peligroso, porque de esos momentos de deriva con ausencia de referencias, con falta de liderazgo, es de donde suelen surgir los radicalismos que machacan la vida de una generación, y la verdad es que en Europa de eso sabemos ya un poco.

De momento el problema no va a mayores porque los partidos predominantes de ambos lados del espectro político europeo no se dedican a calentar a las masas más allá de algún episodio aislado, ignoro si por responsabilidad, por sentido de Estado, por miedo a perder su papel predominante o porque todos comprenden las graves consecuencias de saltarse este principio de actuación política, pero el hecho es que no lo hacen y por ello los movimientos radicales se limitan a reaparecer testimonial y circunstancialmente, y por ello los ciudadanos siguen en su deriva sin más referencias que los cambios constantes en los programas y en  los principios que creían inmutables en sus ideologías respectivas y que hacen que a día de hoy ser de derechas o de izquierdas sirva a penas para saber contra qué se van a manifestar unos u otros según tomen unas u otras decisiones en Bruselas, el Elíseo o La Moncloa.

Como ya es bien conocida mi postura de que la búsqueda de culpables es absolutamente inútil y casi siempre contraproducente dada la tendencia al público linchamiento que caracteriza a los ciudadanos occidentales y orientales, no trataré de explicar qué razones han llevado a ésto, pero si diré que esto, como casi todo en el mundo, tiene solución, y que esa solución pasa por empezar a explicar a los ciudadanos qué es lo que pasa y cómo está pasando, casi como si los ciudadanos fuésemos mayores de edad, por una vuelta a los principios por encima de los programas y no sólo para que el hiper pragmatismo de Metternich vuelva a fracasar también en esto, y sobre todo, la solución pasa por una recuperación de los valores, que es una tarea que corresponde acometer a cada ciudadano, a cada familia, porque por mucho que los Estados se empeñen en explicarnos por ejemplo que no debemos ser egoístas, como no nos lo auto impongamos cada uno, será tirar dinero por una alcantarilla.

Nunca se han conseguido éxitos tan extraordinario como los que Europa ha logrado muchas veces, no con enfrentamiento, con división y con resentimiento social, y sí con cooperación, con unión y con voluntad firme de avanzar juntos. Claro que tal y como está en estos momentos nuestro panorama, para lograrlo habrá que hacer muchos esfuerzos, sobre todo didácticos.


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