viernes, 25 de mayo de 2012

Repetir las mentiras sin explicarlas, las convierte en verdades, por mucho que nos duela.


Desde que la inmensa mayoría de los españoles creyeron a pies juntillas que España había puesto todos los huevos en la misma cesta, la del ladrillo, cuando la realidad era que además ocupábamos el primer lugar por número de visitantes y segundo por ingresos turísticos del mundo, éramos el mayor fabricante de coches de Europa, por encima de Alemania, el segundo productor agrícola de la Unión Europea, y teníamos un vigoroso sector industrial, y algunos de los bancos más rentables y mayores del mundo, parece que no hay forma de sacar a la gente de algunas mentiras políticamente muy valiosas.

A eso contribuye un grupo de neuronas de nuestro neocortex encargado de rechazar cualquier idea contraria a nuestras creencias, acertadas o no, pero creencias, cuya razón de ser estudia la neurociencia con resultados aún algo difusos, pero sobre todo la simplificación de los conceptos y de las cuestiones que afectan a la vida de las personas, a base de machacar eslóganes e ideas fuerza muy banales que son "fáciles de tragar" y que dan sentido a las que parecen ser las dos mayores ansias de los ciudadanos, que son buscar culpables y darle una explicación, otra vez sea acertada o no, a las cosas más complejas.

En cierta ocasión se hizo un estudio con dos grupos homogéneos de personas. A cada persona de ambos grupos se les enseñaban imágenes de células y se les pedía que  determinasen si eran células sanas o enfermas, de manera que a los del primer grupo se le engañaba sistemáticamente, mientras que a los del segundo se les decía siempre la verdad, y en ambos casos no se les daba ninguna explicación sino simplemente si acertaban o se equivocaban, repitiéndolo hasta que cada individuo era razonablemente capaz de distinguirlas. Obviamente el grupo al que se le engañaba distinguía tan bien como el otro cuales eran las sanas y cuáles las enfermas, sólo que afirmaban que eran enfermas las sanas y viceversa.

Lo genial del estudio viene ahora: Se cogieron los individuos de dos en dos, uno de cada grupo y se les enseñaron imágenes de células, teniendo que responder esta vez de forma consensuada. Lo curioso del asunto es que los equivocados acababan convenciendo siempre a los que sabían responder correctamente de modo que no acertaban nunca. La conclusión a la que llegaron los investigadores fue que las explicaciones de los que habían sido engañados eran mucho más elaboradas y nuestros cerebros prefieren las explicaciones más complejas a cualquier asunto.

Para general desgracia, las mentiras suelen tener explicaciones muchísimo más complejas que las verdades que son por lo general de explicación más simple, y las consecuencias de ello son terribles. Y si alguien duda de esto, que revise el principio de la navaja de Ockham, que no dice que las verdades sean más simples, sino que debe preferirse siempre la teoría que sea mas simple ante dos de resultados idénticos, probablemente porque ya en el s. XIV era evidente la innecesaria tendencia a creer en lo más complejo por encima de lo más simple, y su consecuencia inmediata, que era dificultar el razonamiento y por ello alejarnos de llegar a la verdad, por ese efecto de complicar demasiado incluso lo cierto.

Si a esto le añadimos el efecto Barnum ya comentado en otro post, y la machacona insistencia de los medios en reiterar hasta la saciedad las consignas sin explicación alguna, el pastel está listo para equivocar a miles de ciudadanos que a su vez elaborarán complejísimas explicaciones para convencer a decenas de miles que inocularán el error a millones.

Así que rescatando del baúl de los recuerdos el bello género de la moraleja, os diré: Desconfiad siempre de cualquier idea simplista que no se explique, como por ejemplo, en España se pagan pocos impuestos. La culpa de todo es del ladrillo (o de la banca, o del cambio climático, que tanto da). En Dinamarca los servicios públicos son mucho mejores que los de aquí... Y tantas otras que hemos leído y oído por doquier. ¡Y lo que nos queda por ver!

1 comentario:

  1. Solo la credibilidad debe determinar si los materiales de la propaganda han de ser ciertos o falsos. Joseph Goebbels

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