Un blog sobre cómo vemos la realidad política y social, qué es lo que no vemos y por qué no logramos verlo
martes, 28 de febrero de 2012
Las fuentes de información de los individuos y las colectividades
En este primer artículo, que ha de ser especialmente breve, pretendo abordar muy por encima una cuestión básica para entender la realidad. No me atrevo a decir que el objeto de este artículo sean las fuentes de información de la sociedad porque yo, con Alain Touraine, no comparto demasiados análisis, pero si creo con él que la sociedad ya no existe. Sea como fuere, la cuestión es saber de dónde obtienen la información las personas que componen el mundo que nos rodea, que es lo que a ojos vista conforma todo tipo de relaciones interpersonales, económicas, administrativas y hasta el diseño industrial por mor del marketing al que dedicaré una entrada para explicar su influencia y hasta que punto ha minado la imaginación, la originalidad y la creatividad.
La cuestión está en conocer como se forma la opinión de los individuos y más allá de su opinión, cómo llegan a decidir qué valores aceptan y cuáles les parecen reprochables.
Hay muchas fórmulas que han venido utilizándose, pero no termino de aceptar ninguna de ellas, y explicaré por qué. Si atendemos al indice de difusión de periódicos, unos 85 a 90 por cada mil habitantes, según épocas, muy lejos de la media europea, que se suele situar entre 160 y 170 ejemplares por cada mil habitantes, habremos de concluir que no parece que estemos ante una fuente de información generalizada y con capacidad de penetración suficiente. Podemos atender a la cuota de pantalla de los informativos, a la compra de libros científicos, pero el dato, lejos de mejorar, empeora.
Y es que la cuestión no es cuantos lectores tiene la Revista de Occidente, pongo por caso, sino de dónde realmente obtiene la información cada individuo, y aquí es donde hay que empezar a asustarse si atendemos a los fenómenos observables.
Pongamos un simple ejemplo. La marca de automóviles de Stuttgart fundada por Ferdinand Porsche en 1931, fabrica unos coches que en España se han llamado siempre porsche, con una e al final que se pronunciaba, del mismo modo que en alemán se pronuncia, y también en inglés, hasta que llegó un anuncio de fascículos coleccionables que en su spot publicitario decía "primera lección: no se pronuncia porsche. Se pronuncia porsch" En un verdadero arranque de idiocia colectiva, la e del final desapareció en España. Un anuncio de fascículos había cambiado la pronunciación de una palabra en todo un país.
Hay verdaderos ríos de tinta dedicados a la fuerza de la imagen, de la publicidad, de los medios 2.0, pero lo que nadie pudo prever jamás es que pudiera cambiarse la pronunciación de una palabra sólo con anunciar fascículos coleccionables.
Da que pensar.
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