jueves, 3 de octubre de 2013

¿Cuántos años vive una ballena?

La pregunta tiene más interés como ilustración del tema que como curiosidad biológica, porque la verdad es que no se sabe cuanto vive una ballena. Depende de la especia, claro, desde unos 30 años hasta quizá 200. Y lo cierto es que hasta hace pocos años se pensaba que su mayor esperanza de vida eran unos 80 años, pero como es obvio, nadie ha podido seguir la vida de una ballena. No al menos de una nacida en 1850, época en la que más que estudiarlas, las cazábamos. Ahora se estudia el envejecimiento de la córnea y el resultado es que podrían llegar a los 200 años e incluso superarlos.

La anécdota de la longevidad de las ballenas viene a cuento de dos cuestiones: La primera es la realidad que contradice nuestra ficción de vivir en un mundo científico de gran conocimiento y casi perfección que nos permite saberlo casi todo y mantener controlado todo, y la segunda es el enorme esfuerzo lógico que nuestro cerebro tiene que hacer para contemplar la evolución de nuestra longevidad.

En cuanto a lo primero, desde principios del siglo pasado comenzó a difundirse la idea de la perfección de la ciencia y así, como gran exponente de aquella creencia, se construyó el transatlántico insumergible Titanic, cuyo hundimiento en su primer viaje debiera haber hecho cambiar tan alocada idea.

No vivimos en un mundo que podamos dominar ni si quiera a medias, ni mucho menos somos capaces de predecir la inmensa mayoría de las cosas que suceden a nuestro alrededor, y estamos muy lejos de prevenir los innumerables accidentes de todo tipo que ponen en riesgo vidas, salud, alimentación y entorno, si bien, poco a poco vamos logrando que nuestro dominio sobre las cosas vaya aumentando y hemos conseguido que el más moderno y peligroso de los medios de transporte, la aviación, sea el más seguro, aunque sea a base de hacerlo muy costoso y terriblemente sofisticado. Pero sólo es el más seguro, es decir, no es infalible. En la salud, los avances de las cuatro últimas décadas han sido mayores que en toda la historia anterior junta. Igual suerte ha corrido la física, la biología, la ingeniería, los materiales, la alimentación y en fin, nuestra vida diaria. Pero no tenemos cerebros preparados para entender su crecimiento es exponencial. Es más que sobradamente conocido el ejemplo del inventor del ajedrez, quien vendió el juego a cambio de que el emir le entregase el trigo que resultase de poner un grano de trigo en el primer escaque, el doble, o sea, dos en el segundo, cuatro en el tercero y así sucesivamente. Basta con llegar al escaque número 20 para alcanzar el millón de granos, en el 21 ya son 2 millones, y al llegar al 64, hay que poner un nueve seguido de 18 ceros, (9,22 x 1018) Si pensamos que un grano de trigo pesa, según variedades, unos 0,06 gramos, tendríamos que poner 553.000 millones de toneladas de trigo en números redondos. ¿Eso es mucho trigo? Pues si tenemos en cuenta que ocuparía más que el monte Everest, y que la producción mundial de trigo del año pasado fue de 655 millones de toneladas, haría falta la producción mundial de 844 años para pagar esos 9 trillones de granos. Y hemos empezado doblando 1, 2, 4, 8... ¡sólo 63 veces!

Pues bien, lo mismo le pasa a la ciencia. Su crecimiento proviene de los conocimientos de otras ciencias que a su vez se retroalimentan, por lo que los avances también son exponenciales. Es imposible conocer cuáles y en cuánto tiempo tendremos disponibles avances hoy increíbles en todos los ámbitos y entre ellos en nuestra longevidad.

A esta segunda cuestión sólo hace falta algún mínimo dato y un par de precisiones. La esperanza de vida al nacer no establece a que edad se puede llegar a morir. Establece cuál es la edad a la que muere la población como media. Es decir que si un país tiene una tasa de mortalidad de los menores de un año del 50% y el resto de la población muere a los 60, ese país tendrá una esperanza de vida de 30 años. Dicho esto, y si no tenemos en cuenta el índice Gini que mide las diferencias entre hombres y mujeres en cuanto a su longevidad en la España de 1900, la esperanza de vida era de 35 años. En 1950 rondaba los 60. Hoy supera los 83, y según algunos expertos como la Dra. Debón, premio nacional de estadística de este año, en muy pocos años alcanzaremos los 100.

Si sumamos nuestra incapacidad para ver lo geométrico a nuestra incapacidad para entender la evolución de nuestra longevidad, estaremos hablando de dos de las tres cuestiones cruciales en la reforma del sistema de pensiones. La tercera sería la productividad. Sea como fuere ¿alguien cree que puede pagarse la jubilación en un país que se jubila a los 65 y cobra pensiones hasta los 100? ¿O acaso cree alguien que una persona puede vivir sin trabajar desde los 65 hasta los 100 si no recibe una pensión? Hay que reformar el sistema no por su situación financiera, sino por los cambios que se producen en la realidad para la que nació y que no es otra que permitir a las personas tener una tercera edad sin problemas económicos acuciantes. La cuestión es reformarla, sí, pero ¿cómo?

En otro post retomaré esta cuestión desde el punto de vista de la productividad y de lo que la ciencia nos "promete" a medio plazo.



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