Desde hace unos meses vienen apareciendo artículos, trabajos
y hasta algún libro que tratan de explicar las enormes similitudes ideológicas
y solamente ideológicas, existentes entre la izquierda y el fascismo. Un
poquito tarde para eso, pero es que no pocos pensadores liberales han huido de
este debate por considerarlo difícil de explicar y poco útil.
Lo cierto es que no hace falta demasiado esfuerzo para
comprobar las similitudes entre esas ideologías y así, el Nationalsozialistische
Deutsche Arbeiterpartei, o NSDAP cuya traducción es Partido Nacional
Socialista de los Trabajadores de Alemania, más conocido como Partido Nazi, es
obvio que no se llamaba a sí mismo socialista para despistar, sino porque su
ideología era socialista, sus bases eran obreras, su vocación era la abolición
del capitalismo, y entre otros objetivos, pretendía la creación de una sociedad
sin clases sociales. No muy diferente a lo que en ese mismo momento se
predicaba en la URSS de Stalin, razón por la que eran enemigos políticos
irreconciliables, ya que cada uno reivindicaba para sí la legitimidad
ideológica de la defensa de los trabajadores.
¿Por qué los liberales se empeñan ahora en explicar algo tan
obvio?
De lo que se trata es de romper la falsa premisa que exhibe
constante y conscientemente la izquierda en medio mundo, probablemente con
intención de esgrimir una falacia del tipo reductio ad Hitlerum, según la
cual el liberalismo y el fascismo vienen a ser lo mismo sólo que puesto al día,
es decir, todo eso es derecha. Pero nada más falso, porque si pueden
encontrarse similitudes ideológicas con el fascismo, esas las tiene la
izquierda.
Ambas ideologías son totalitarias, ambas comparten la
necesidad de crear una sociedad “nueva”, ambas son antiliberales, ambas se definen
como movimientos obreros, ambas quieren acabar con las clases sociales
(sustituido en la socialdemocracia por eliminar las desigualdades sociales),
ambas someten al individuo a las necesidades del Estado, ambas comparten
enemigos, …
La realidad es que la izquierda nunca ha sido una. Bajo ese
marchamo se han incluido grupos radicalmente distintos y en no pocas ocasiones han
acabado a tiros entre ellos y como ejemplo doméstico valga la historia de la
Segunda República española, en cuyo fracaso tuvieron no poca participación las
irreconciliables diferencias ideológicas entre distintas familias socialistas,
comunistas y anarco sindicalistas, básicamente, que desembocaron en un episodio
terrible en la más lamentable de las guerras, si es que hay alguna que no lo
sea, que fue la guerra civil en el que socialistas y anarquistas acabaron enfrentándose
a balazos en Barcelona, Juan Negrín, presidente de la República ilegalizó el
POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), y el PSUC (Partido Socialista
Unificado de Cataluña) acabó con los militantes anarquistas catalanes
fusilándolos o encarcelándolos. Si se quieren ejemplos internacionales, basta
la revolución rusa, o la historia de las Internacionales.
Tampoco los fascismos eran lo mismo. Del racista, ateo y antisemita
nazismo, apoyado en las teorías eugenésicas y cuyos 25 puntos fundamentales
fueron escritos entre Hitler y el cerrajero Anton Drexler, a las legiones
rumanas ultra ortodoxas de Cornelio Codreanu hay kilómetros ideológicos de
distancia. Y ya que hablo de antisemitismo diré que esta es otra característica
que han compartido desde siempre esas dos ideologías y que las distingue claramente
de los liberales quienes por lo general no han sido nunca anti-nada.
Pero obviamente una cosa es la ideología y otra distinta es
la vida de los países y la de las personas que viven en ellos.
Los fascismos y los marxismos arraigaban en Europa con más
fuerza a medida que los efectos de la crisis del 29 se hicieron más dolorosos y
ambos lo hicieron con la misma base ideológica y los mismos fines: acabar con
el liberalismo económico al que culpaban de la situación.
Los fascismos en todas sus variadas manifestaciones, beben en
las fuentes de los movimientos irracionalistas post hegelianos y los marxismos
lo hacen directamente de la influencia del pensamiento de Hegel en Marx.
Hitler había sobrevivido en las calles de Viena haciendo algún
retrato en la calle y aceptando trabajos de construcción y tras la guerra se
afilió al Partido Obrero Alemán del cerrajero Anton Drexler. Mussolini era uno
de los líderes del Partido Socialista Italiano antes de fundar el partido fascista.
Ambos odiaban el liberalismo, igual que lo hacían los movimientos de izquierdas
de toda Europa, Asia y EE.UU.
Y si en este post he dedicado más espacio a Mussolini y a
Hitler es porque de la izquierda sabemos mucho más porque sigue siendo una
ideología apoyada por no pocos ciudadanos, aunque en no siempre se conoce qué
es realmente, pues lo cierto es que la izquierda se ha abrogado la defensa de
los desfavorecidos (idea de la que efectivamente surge) y ha logrado que
parezca que el liberalismo defiende sólo a los poderosos. La izquierda mantiene
la imagen de ser la única ideología que se preocupa por lo que les pasa a las
personas (algo radicalmente distinto a sus orígenes) dando la idea por
oposición de que el liberalismo sólo se preocupa por el dinero.
La realidad es que la diferencia inmensa, clara y radical
entre las ideologías de izquierdas y el liberalismo está en que la izquierda
considera que los derechos colectivos son mucho más importantes que los
individuales, o dicho de otra forma, que el individuo debe estar sometido a la
sociedad –ya he comentado en otro post que la sociedad ya no existe- de modo
que crea un marco legal en el que todo queda sometido al grupo y el individuo
tiene limitadas sus libertades por los derechos del grupo, mientras que el
liberalismo prima los derechos y la libertad del individuo, creando un marco
legislativo en el que el individuo prima sobre el Estado y sólo tiene limitados
sus derechos por los derechos de los otros individuos.
Lo que se enfrenta desde hace siglo y medio en esta batalla
ideológica son las libertades individuales defendidas por el liberalismo contra
el sometimiento del individuo a su “sociedad”, dígase país o estado, defendido
por la izquierda, ambos con la misma intención: buscar la mejor de las maneras
de organizar el mundo.
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